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viernes, 24 de abril de 2009

Conste que esto no es un poema, ¿eh?






Somos dos.
Y somos dos que nos queremos
con un futuro imperfecto lleno de excepciones.

No me toques las narices
— esa es una —
No me digas que me quieres...

No dio tiempo a escuchar la continuación.
Pero esa es otra de las excepciones,
sea lo que sea que se continuase.
Y ya es raro que nos queramos y
lo nuestro sea decir
¡“No me digas que me quieres”!

Porque la frase, en si
era más compleja, era tan fácil como decir
“no me digas que me quieres ayudar”,
“no me digas que me quieres dar un beso”.
Así, con incredulidad y deseo: un beso,
Un poco de ayuda.

Pero la palabra llegó como un
accidente de tráfico.
No, no: ¡llegó como un cataclismo!.
La voz apisonadora, completa,
definitiva, la que acalla cualquier clamor.

Llegó.

No te puedo ayudar.
Triste composición de quien empuja la vida junto a tu hombro.
Tienes un problema que...
Oscuro diagnóstico de quien no va a acompañarte al médico.

Bueno. El caso es que
con o sin dientes me ha masticado el alma
— valga la caníbal expresión —
y ya no me saca de este enredo ni el “punto G”
perdón...
ni el G-9
... o era el 8?

Bueno, yo es que, de política, no entiendo.
Solo de amor y versos con sentimiento,
aunque esto no sea un poema.

1 comentario:

La Solateras dijo...

No sé que decir a este escrito, que transmite una gran desazón. Sólo los versos del maestro:
pero reconoce que es crudo aceptar
que no hay ser humano que le eche una mano
a quien no se quiere dejar ayudar