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miércoles, 30 de diciembre de 2009

MIGUEL HERNANDEZ


Dejo aqui el enlace con la página de Enrique Gracia Trinidad, consciente de que no todo el mundo lee todos los Blogs, porque me parece importante que su última entrada sea leída por la mayor cantidad de gente posible.

Seguro que, después de conocer el contenido, entenderéis por qué.


http://enriquegracia.blogspot.com/2009/12/por-miguel-hernandez.html

lunes, 28 de diciembre de 2009

El Regreso

Se que debía esta crónica. Quizá no es la que se esperaba: pero es la que he sentido.



Nos dan las 12 en la cubierta superior del barco, entre risas y voces que suenan en un idioma extraño y perfectamente inteligible por la cercanía de las pieles morenas. Fumamos de uno u otro paquete, porque en la cubierta de arriba se puede fumar. Abajo, la vida trascurre de manera distinta, callada, más culta y tranquila. Hay menos risas y se descansa. Porque quienes lo hacen sienten esa necesidad.

No me siento extraño en ningún lugar. Pero arriba me siento más yo; quizá porque puedo fumar. O puede que solo sea porque esas risas de la tripulación me suenan más cercanas. Sus manos, sus palabras que Sonia me va traduciendo noche tras noche, el regalo de su cercanía en esas horas, hacen que este viaje me sepa a necesario.

Nada de lo que sucede en el barco me es ajeno. A pesar del cansancio que produce bucear tres o cuatro veces al día, no puedo dormir sin vivir un poco en cubierta, sin saborear la vida que se me está ofreciendo delante. A veces en forma de enfermedad. He tenido que agradecer la suerte de mi profesión que me ha servido de puente para tocar, oír, hablar, curar... Y para disfrutar de las sonrisas cómplices.

Si Adel se enferma y todo son carreras y miradas de angustia que buscan en mi una respuesta. Y si yo me siento tan solo ante esa ansiedad y trato de dar una imagen de seguridad; y si lo consigo... Si Hamada, pese a su terrible infección de oídos, ojo y nariz me sonríe cuando le pregunto si toma las medicinas que le mandé. Si Mahmoud me ofrece un cigarro de su paquete nada más salir de bucear y, encima, pone en mis manos el timón de la “Zodiac” y me deja patronear en ese gesto de amistad y confianza. Si todo esto sucede, ¿qué puedo oponer cuando la noche me invita a sentarme bajo el cielo y escucharlos hablar en un idioma que desconozco pero que siento como mío?

La voluntad se contagia cuando el medio no está contaminado.

Por eso hemos asistido en estos días a un fluir de sentimientos que, más o menos libres, se han desatado. Algunos se preguntarán si el objetivo de mi viaje era o no bucear. Porque, es cierto, parece que ese fin no fuera importante. Habré de responder que, a veces, las razones iniciales no lo son todo. Más aún: muchas veces estas razones pierden su sentido sobre la marcha para que se nos permita alcanzar otras más plenas, mucho más sabrosas. Es, en realidad, cuestión de saber vivir los sucesos sin más predisposición que la de aprender.

He vuelto al Mar Rojo después de 3 años. Y ahora sé que volveré de nuevo. Porque es cierto que los miles de buceadores que visitan estos fondos cada año, los van deteriorando, contaminado, destruyendo sutilmente. Pero también he comprobado que las personas que viven allí siguen teniendo algo que me falta. O que tengo arrinconado en algún lugar bastante olvidado de mi ser. La arena sigue siendo blanquísima; los peces tienen unos colores inigualables; la luz no se puede describir. Pero las gentes que nos han hecho posible este viaje, esas no se encuentran en cualquier lado.

El día de nuestro regreso, 13 de Diciembre, cumplía 58 años. Y, mientras comíamos en Madrid y un grupo de buenos amigos me felicitaban, seguía preguntándome qué diablos hacia yo allí si mi corazón cada vez anda más repartido por los lugares que voy visitando, aunque sean repetidos.

Siempre hay algo nuevo en cada sitio que me va enamorando. Espero que algún día de estos no llegue a escribir la crónica de mis viajes, simplemente porque ya no haya regresado, porque me haya quedado, definitivamente, al lado de la vida.



jueves, 3 de diciembre de 2009

INVIERNO


Los días cambian de color
al ritmo que marca el invierno.

Se vuelven torpes y derraman,
siempre a deshora,
un alud de oscuridad imprevista.

Los ojos cerrados del gato
sueñan que llega, borracho, un amigo;
lo invita,
y duerme caliente otra noche.